martes, 25 de marzo de 2008

El infierno de Temucuicui

El Infierno de Temucuicui
ENTREVISTA A COMUNEROS DE TEMUCUICUIpublicado por Comisión de Comunicaciones el 16 de octubre de 2007
Fuente: The Clinic
Por Verónica Torres Salazar
Ángelo Marillán toma desayuno con sus padres mientras sus dos hermanos chicos duermen. Tiene 12 años y hoy no va a ir al colegio, sino a la posta. Es asmático y su madre quiere aprovechar la visita mensual que hace el médico a la comunidad. Ángelo se termina la leche y se asoma por la ventana. La neblina apenas deja ver los cerros y algunas casas de la comunidad mapuche de Temucuicui. Ángelo se abriga como puede. No tiene parka y sus zapatos están rotos igual que su chaleco. Cuando va a salir oye como si una enorme piedra cayera sobre el zinc del techo. Un segundo mas tarde el ruido se repite. No son piedras. Son disparos.
Los perros ladran y los dos niños más chicos se despiertan. Erika se asoma a la ventana y le grita a su esposo: ¡Andrés, los pacos! Un piquete de carabineros rompe el cerco de alambre y entra. Andrés y Erika corren donde sus niños más chicos. No tienen dónde esconderse: la casa es pequeña, tiene apenas dos piezas. Andrés logra huir con los más pequeños en brazos, cuando un vidrio se quiebra y adentro de la casa cae una bomba lacrimógena. ¡Ángelo, su asma! -grita Erika. Pero Ángelo no está. Es el 24 de julio de 2006 y el niño permanecerá perdido en los cerros hasta la noche. Cerca de ahí Patricio Queipul, también de 12 años, pasea los bueyes de su tío. El chico tiene la habilidad de domar los animales y en su casa han decidido que ese sea su oficio. Por eso no va al colegio y aún no sabe leer. Patito, como le dicen todos, escucha los disparos y ve venir a su amigo Ángelo llorando y asustado. Patito lo sigue hacia los cerros sin preguntarle nada. A mi casa los pacos han ido varias veces- cuenta Patito. “Me preguntan si mi papá tiene armas y ahí a uno lo amenazan: le ponen en la cabeza una cuestión, un revolver que andan trayendo. Yo me quedo callado y trato de no llorar porque si uno está con miedo y ellos se dan cuenta, más lo asustan a uno”. A esas alturas en la casa de Ángelo ya no queda nadie. Su padre ha logrado escapar con los niños más chicos. Pero a Erika la han detenido y está en un bus de Carabineros junto a otras mujeres mapuches capturadas en el masivo allanamiento. Me tuvieron ahí horas. Querían saber si conocía a los Catrillanca y a los Huenchullán que son los que pelean las tierras de nosotros. Me decían ‘india de miércale, tú sabís dónde se esconden’, y como no sabía, me pegaban. Después nos hicieron sacarnos la ropa a la fuerza para manosearnos. Quedé con puro sostén y calzones y le dije al carabinero ‘estoy embarazada ¿por qué me hacen estas cosas?’. Estaba asustada y me puse a llorar por mí y por mi chiquillo que estaba perdido -recuerda Erika. En los cerros los niños no paran de correr. La noche los sorprende cansados y entumidos. Pero cuando quieren regresar a casa, no encuentran el camino. El papá de Ángelo y el tío de Patito los ubican cerca de la medianoche. Están abrazados debajo de un pino, llorando. En shock. El caso de Ángelo y Patito es uno de los 16 hechos de violencia policial registrados desde 2004 a 2006 en Temucuicui, la comunidad mapuche más conflictiva de toda la IX Región. La fuga de los niños y el allanamiento de sus hogares aparece mencionado en el informe de este año de Amnistía Internacional como un ejemplo del hostigamiento y el maltrato de la policía chilena hacia los pueblos originarios: “la policía disparó gas lacrimógeno, balas de goma y fuego real contra miembros de la comunidad que iban desarmados. Varias personas resultaron heridas y algunas casas, destruidas. El gas lacrimógeno afectó a algunos menores que huyeron a los montes colindantes. Al finalizar el año no se tenía noticia de que se hubiera iniciado ninguna investigación sobre el allanamiento”. En lo que va de esta década varios organismos internacionales han alertado sobre lo que se vive en la Araucanía y particularmente en esta comunidad. La advertencia más reciente provino del Comité de Naciones Unidas sobre los Derechos del Niño que le recomendó al Estado en marzo “asegurarse que la juventud indígena no sea víctima de la brutalidad policial y se tomen acciones preventivas y correctivas cuando se sospeche de algún abuso”. Toda estas apreciaciones, sin embargo, han hecho bien poco por mejorar la situación social, particularmente en Temucuicui. Así lo señala Rodolfo Stavengahen, el Relator Especial de la ONU, que visitó Chile en 2003 y le pidió al gobierno tomar medidas y “evitar la criminalización de las legítimas actividades de protesta o demandas sociales” por la recuperación de sus tierras ancestrales. Consultado por The Clinic el Relator Stavengahen, reiteró sus críticas: “Es preocupante la violencia que se ha venido ejerciendo contra algunas comunidades mapuches por parte de Carabineros y autoridades locales. Me preocupa que se sigan aplicando leyes inapropiadas a la protesta social de las organizaciones mapuche en torno al problema de sus derechos a la tierra. Es también decepcionante que el gobierno no haya dado seguimiento a las recomendaciones que hice en el 2003. Chile ha suscrito los principales instrumentos internacionales de DD.HH. y está obligado a proteger los derechos de los pueblos indígenas. Debe abstenerse de criminalizar las legítimas acciones de los mapuche en defensa de sus derechos económicos, culturales y sociales”. En estos días Chile postula a un puesto en el Consejo de Derechos Humanos de la ONU. Los analistas políticos consideraron que la no extradición de Fujimori era un tema que podía atentar contra esa postulación. Nadie mencionó el tema Mapuche ya que prácticamente todos los actores nacionales le han dado la espalda durante décadas.
TEMUCUICUI Y LAS TIERRAS
Temucuicui está a media hora de Ercilla, la segunda comuna más pobre de la Araucanía. Sus casas se desperdigan a los pies del cerro Coipué y lo único parecido a un centro cívico, lo constituyen la posta, la escuela y los restos de una iglesia que hoy los comuneros ocupan como camarín para sus pichangas domingueras. En las paredes de la iglesia hay cientos de rayados del tipo : ‘Sin Kerer fuimos malditos y mil veces olvidados’. Son letras de grupos punk, españoles y argentinos, como la Polla Records, Escorbuto y Flema, que maldicen al sistema. En el frontis de la iglesia, hay otra pintada más grande, que resume la causa de años de problemas: ‘LIBERTAD Y TERRITORIO’. Fuera de eso, nada indica que esta es una zona de conflicto. Por todos lados hay árboles. El cielo es limpio y diáfano y desde cualquier punto se puede sentir cómo corre el Huequén, el río cercano. Según un estudio del Centro de Estudios Públicos del año pasado, los mapuche rurales han recibido sólo una parte del desarrollo que ha tenido el país. La mayoría (86 por ciento) cuenta con electricidad, pero casi nadie (9 por ciento) posee alcantarillado. Un 69 por ciento tiene televisor a color y un 52 por ciento tiene celular, pero nadie cuenta con conexión a Internet. En cuanto a los estudios, el 51 por ciento por ciento no ha llegado a primero medio. Y el 25 por ciento no terminó ni la enseñanza básica. Temucuicui calza con esos indicadores. Las casas tienen letrinas. Las mujeres trabajan en el huerto y los hombres venden leña y animales. Los niños ayudan a sembrar y todos tienen los zapatos rotos y llenos de barro. Acá se sobrevive con lo mínimo. Lo mismo que en las comunidades mapuche de la zona.
En Temucuicui hay tres clandestinos para 120 familias. Y en los caminos es fácil encontrar cajas de vino. El alcoholismo es un tema fuerte. La última víctima fue el padre del niño Ángelo, Andrés Marillán, que murió en junio de este año producto de un paro respiratorio tras una larga borrachera. Una comunera muda fue a darles la noticia. Ángelo le abrió la puerta y la vio haciendo señas. No entendía nada, así que la mujer lo tomó del brazo y lo llevó donde su padre estaba tirado. Marillán tenía 28 años. Había peleado en la recuperación de los terrenos que actualmente ocupa la comunidad. Incluso en 1999, fue baleado y los perdigones le quedaron incrustados en sus piernas. Por eso en la comunidad lo consideraban un weichafe (guerrero).
En los faldeos del cerro Coipué hay una gran casa patronal que explica gran parte de los problemas de Temucuicui. Es una imponente construcción de madera, con 12 piezas hoy vacías y un subterráneo tétrico. Allí vivió por casi 50 años Juan Patterson, y en ese subterráneo, dicen los comuneros, encerraba a los mapuches y les aplicaba electricidad.
Patterson llegó a la comunidad cuando había rucas. Todas las tierras eran mapuches y ellos las administraban sin papeles. En 1884, sin embargo, el Estado chileno comenzó a regularizar la situación a través de la entrega de un ‘título de merced’ una suerte de escritura que determina la extensión de la propiedad. El Estado sólo les reconoció 250 hectáreas, es decir, el terreno donde tenían sus rucas. El resto, donde cultivaban, donde sus animales pastaban, todo el río y el cerro fueron rematadas. Una parte de ellas las compró Patterson, quien bautizó el lugar como Fundo Alaska.
Patterson levantó su casa patronal y tomó el control. Le dio trabajo a los mapuches a cambio de un saco de trigo y de la chicha que producían sus viñas. Los más viejos alegan que nunca pagó con plata y que a veces los curaba para hacerlos creer que ya les había pagado. Cuando un mapuche perdía un animal en sus tierras o iba a buscar leña, Patterson salía con su carabina y disparaba al aire. Tuvieron que pasar 40 años para que los mapuches intentaran revertir la situación. Fue en 1970, con la llegada de Allende, época en que en distintas zonas de Chile, los mapuche expropiaron alrededor de 80 mil hectáreas.
Para entonces, Juan Patterson había muerto y su hijo Carlos estaba a cargo de todo. Un día el lonko, el jefe máximo de la comunidad, llegó hasta la casa patronal, se paró frente a Patterson y le dijo: “hoy, usted se va y nosotros nos quedamos”.
Juan Catrillanca tenía 18 años y recuerda bien ese día. Es hijo del lonko que encabezó la toma y se siente orgulloso. También recuerda lo que ocurrió tras el golpe de Estado. Pinochet le devolvió el terreno a Patterson. Hubo muchos allanamientos y se quemaron las rucas. A mi papá lo tiraron al río y hoy está ciego y sordo. Yo fui torturado por los carabineros y el mismo Patterson. Estuve 7 meses preso, guasqueado con alambres de fardo, encerrado en la pesebrera de los caballos -cuenta.
Después que su papá fue golpeado, Catrillanca asumió como nuevo lonko de la comunidad. Patterson, en tanto, vendió el fundo a Mininco, la forestal de Eleodoro Matte. El miedo mantuvo en calma estos territorios hasta casi el final de la era Pinochet. Según el Informe Rettig durante la dictadura murieron 41 mapuches en toda la Araucanía y 80 figuran aún como desaparecidos.
Recién a mediados de los 80 los mapuches comenzaron a organizarse de nuevo. En 1985 los comuneros de Temucuicui intentaron recuperar sus tierras judicialmente, pero perdieron. En noviembre de 1988 se tomaron los predios que ahora ocupaba la Mininco. Entonces, carabineros los desalojó, pero ellos volvieron a tomarse el fundo. Hoy en Temucuicui hay 17 comuneros con órdenes de aprehensión pendientes. Varios de ellos están acusados de delitos cometidos durante la larga pelea con Mininco, que casi duró 10 años. Es el caso de Marcelo Catrillanca, hijo del Lonko. Lleva cuatro años en la clandestinidad, después de haber sido condenado a 5 años y 1 día por un incendio en la forestal.
Marcelo tiene 37 años y es parte de la generación de mapuches que se formó en dictadura y a la que se le hizo sentir vergüenza de su origen. De niño yo quería ser mapuche, pero en la escuela me sacaron eso del corazón. Me decían ‘indio’ y me tuve que adaptar, hablar castellano. Llegué hasta sexto básico y después me puse a trabajar en la forestal. Me pintaba el pelo para tenerlo más castaño como los chilenos. Quería verme más bonito. En ese tiempo todo era onda disco -cuenta.
Sin tener muchas ganas, Marcelo participó en la toma de la forestal en 1988. Para él nada de eso servía. Pero el cambio le llegó en democracia, cuando Aylwin promulgó la ley indígena y apareció el ‘Consejo de Todas las Tierras’ liderado por Aucán Huilcamán y tiempo después la Coordinadora Arauco-Malleco. Ambos con un mismo objetivo: expulsar a los agricultores y a las forestales de sus tierras.
Marcelo empezó a ver las cosas de otra forma: Me acuerdo que estábamos comiendo en un campamento de la forestal cuando en la tele salió el peñi (hermano) Aucán Huilcamán. Estaba hablando a favor de los mapuches, entonces, unos amigos míos que no eran mapuche empezaron a decir ‘ya salió el indio tal por cual’. Cuando dijeron eso pensé ‘¿por qué hablan así, si el hombre está haciendo algo bueno?’. Ese día me di cuenta que estaba perdido -explica Marcelo. Y agrega: “Hoy a veces llego a pensar que es necesario morir para que otros vivan bien, para que mi pueblo algún día pueda ser reconocido”.
Para su esposa, Teresa Marín, los años de clandestinidad han sido una pesadilla. Tienen tres hijos y ella los mantiene. Algunas veces, Marcelo va a comer a la casa y Teresa se para en la puerta a ver si vienen los carabineros. Llevan 14 años juntos y ya no tienen sexo. Aquí no hay tiempo pa’ quererse -dice Teresa-. Como él no puede sentarse, relajarse, menos vamos a dormirlos una siesta pa’ hacer otro crío. A veces cuando los carabineros vienen me dicen “tanto tiempo, señora, ¿usted no desea?”, y me tocan las piernas. Mis niños dicen “tenimos un papá fantasma” porque lo ven en el oscuro y se les va. Mi marido quisiera estar con su familia, llega llorando y yo le digo, “usted no se va entregar porque el Mininco lo condenó injustamente. Usted no es un delincuente pa’ que esté encerrado”. Yo le doy la fuerza, le doy harinita tostada con azúcar pa’ que lleve a onde anda por ahí. El conflicto con Mininco se prolongó hasta el 2003, cuando la Conadi compró el Fundo Alaska y lo restituyó a sus verdaderos propietarios.
Hoy Temucuicui tiene 2 mil hectáreas. Es según los documentos de la Conadi, una de las comunidades que más terrenos ha recibido. Por ello, para el organismo su peticiones figuran como solucionadas. Pero los conflictos no han terminado. Jaime Andrade, director de la CONADI hasta marzo, conoce el problema de la comunidad y reconoce que el asunto no se soluciona con la entrega de tierras. Temucuicui es la muestra que el problema indígena va más allá de las tierras. Aunque son un tema principal para los mapuches, porque tiene que ver con su identidad, también se trata de un problema político que tiene demandas específicas que han sido comprometidos desde la recuperación de la democracia y que no se han aprobado en el Parlamento: el reconocimiento institucional como pueblo y la ratificación del Convenio 169 de la OIT -dice. Hoy los comuneros de Temucuicui alegan que los suelos entregados fueron sobre explotados por la forestal y que cada vez les es más difícil sembrar y criar animales. Por eso, buscan apropiarse del Fundo Montenegro y La Romana de su otro vecino de años, René Urban Pagnard. Esos terrenos, dicen, también les pertenecían antes de 1884. En Temucuicui todos están convencidos de eso. Hasta Patito Queipul: “A mi cuando grande me gustaría pelear las tierras del Renecito. Así le dicen al Urban. A mi sus tierras me las mostró mi abuelita y me dijo que nos pertenecían. Cuando mi papá estaba chico y yo todavía no existía, a ella le hacían allanamientos. Y pa’ que dijera las cosas le quemaban la lengua con las brasas del fuego. También le quemaban el cuerpo. Tenía varias cicatrices. Mi abuelita siempre decía que antes un paco podía venir a buscar como a cinco mapuches, pero ahora tienen que venir varios para llevarse a uno. Eso a ella le daba orgullo. Antes los mapuches les tenían respeto a los carabineros y ahora ya no”.
EL GRINGO
Los ancianos de Temucuicui le dicen a Urban, ‘Renecito’. Lo conocen desde que era niño y se paseaba a caballo por las tierras con su padre, el hijo de un agricultor suizo que se instaló en el Fundo Montenegro cuando todo era pura maleza. A diferencia de Patterson al padre de Urban los mapuches lo encontraban un buen hombre. Muchos lo trataban con respeto. Él acostumbraba venderles trigo barato y su esposa, Melania Pagnard, instaló una escuela donde le enseño a leer y a escribir a muchos mapuches. Juan Catrillanca, el lonko, fue alumno de Melania y compartió con Renecito.
Ese fue perro desde niño. Pasaba al lado de nosotros y nos empujaba. A veces nos decía “el indiecito no se lava la pata” y cuando un trabajador le hablaba fuerte, él lo castigaba -recuerda.
Después que murió su padre, Urban se hizo cargo del Fundo Montenegro. Por entonces el ambiente comenzaba a agitarse y Patterson ya le había vendido a la Mininco. Urban fue testigo de cada una de las peleas con la forestal hasta que el 19 noviembre del 2002 le quemaron su casa. El cuidador le dijo después que ese día había escuchado a unas personas gritar ‘gringo, concha de tu madre’ mientras que otros campesinos le comentaron que habían oído expresiones en mapudungun. Sin embargo, nunca se encontraron a los responsables.
Quedamos con la ropita puesta. Mi señora estuvo meses sin ir a mirar la casa. Nos han pasado cosas terribles -dice Urban.
Ahora Urban vive en Ercilla, en una casona antigua que era de su mamá. Tiene 63 años y es tan canoso que hasta sus cejas tupidas son blancas. Mide más de un metro ochenta y cuando era joven jugaba basketball, corría caballos y era campeón del rodeo. Tiene varios de esos trofeos en el living y en la muralla hay un cuadro donde aparece pintado su padre, con chupalla y manta. Urban cuenta que está lleno de arritmias cardíacas. En su casa tiene 20 bombas de agua plástica, que compró en España y que sirven para apagar incendios. Están repartidas los ventanales. En la puerta de entrada hay dos carabineros que lo cuidan. Los Urban tienen protección policial las 24 horas del día. Lo mismo pasa con sus predios Montenegro, La Romana, Nilotraro y Santa Melanie. Urban ha denunciado 23 atentados en su contra, de los cuales 16 han terminado en querellas por los delitos de amenazas, abigeato (robo de animales), destrucción de cercos e incendio terrorista de bodegas; e incendio de un camión, de siembras y de potreros. En 8 de las denuncias, Urban se querella contra los comuneros de Temucuicui, especialmente contra los hermanos Huenchullán.
Cuando ellos peleaban por Alaska pasaban a decirme ‘vecino, vamos a tomarnos el campo de al lado, no se preocupe’, pero después se pusieron violentos conmigo y eso es ser el traicionero más grande.... - dice Urban. Agrega: “Yo pienso que las autoridades tienen que explicarles que existe la propiedad privada. Ellos están obsesionados con mi campito y pucha, si ellos vienen y me piden a mi señora ¿yo voy a tener que decir UPA?... No po, porque antes de morir mi abuelo me tomó la mano y me dijo: ‘nunca dejes este campo, consérvalo para cualquiera que lleve el apellido Urban’ y eso es lo que me mantiene firme”.
Urban se pone a llorar. Héctor -el único hombre de sus tres hijos- se cruza de brazos y saca la voz: Hay que sacarse la idea que un terrorista es el que pone la bomba y mata a 200 personas. El terrorista es el que está constantemente destruyéndote y no te deja trabajar, ser persona, ser familia. Esto es lo mismo que en La Legua donde hay un grupo de matones que tiene atemorizados al resto. Ellos dicen “El Urban manda a sus pacos y nos meten presos y nos hacen tira las casas”, pero es mentira. Ahora, si me dicen que los carabineros están pisándole los pies a los cabros chicos ¿dónde están esos cabros chicos? Porque aparecen solo en Internet y no constatando las lesiones.
Los abogados de Urban representan a los miembros de la Sociedad de Fomento Agrícola de Temuco (SOFO) y tienen a su cargo los casos de otros 7 agricultores, entre ellos, el de Jorge Luchsinger, que dice haber sufrido 22 ataques ‘terroristas’, siendo los más importantes el incendio de un salón de té (2002) y el de su casa (2005) del Fundo Santa Margarita, cercano a la comunidad de Tres Cerros y Lleupeco, en Vilcún.
Luchsinger es el ícono de los agricultores que se sienten amenazados por los mapuches. Está convencido que la Coordinadora Arauco Malleco (CAM) es la responsable de sus tragedias y que opera junto a la ETA vasca. Pero, sus únicas pruebas, igual que Urban, tienen que ver con el reconocimiento de sus voces, según su propio criterio: si modulan bien y se nota que tienen estudios, están fuera de sospecha. Debido a la falta de pruebas ninguno de los ‘atentados’ de Luchsinger ha sido condenado. El 2005 dio una entrevista incendiaria a ‘Qué Pasa’ donde fue claro y directo sobre lo que piensa de los mapuches. “El indio no ha trabajado nunca. El mapuche es un depredador, vive de la naturaleza, no tiene capacidad intelectual, no tiene voluntad, no tiene medios económicos, no tiene insumos, no tiene nada (...). Entregándoles tierras no van a dejar de ser miserables. ¿Ha visto los campos que les entrega la Conadi? No queda nada, ni un árbol, no producen nada”, dijo. Esa vez Luchsinger también defendió la opción armada: "Aquí estamos en el Far West, en la Edad Media. El Estado no es capaz de resguardar el orden ni la libertad de emprendimiento. Mi defensa es la ley. Pero como no hay ley, me están cagando... Ahora lo único que queda es que corra sangre”.
Hasta ahora, sin embargo, la única sangre que ha corrido es la del joven mapuche de 17 años Alex Lemún. Su caso impactó al Relator Especial de la ONU sobre todo porque la fiscalía militar exculpó al carabinero que le disparó y hoy sigue en servicio activo.
Para muchos observadores, la parte más dura de la violencia ha caído sobre los mapuches. Según un informe del “Observatorio de Derechos de los Pueblos Indígenas’, una ONG de la zona, una veintena de comunidades vive con presencia policial por los conflictos de tierra. Están al lado de los fundos de agricultores y forestales que se sienten amenazados por ellos y cuentan con protección policial las 24 horas del día. La cantidad exacta de los fundos resguardados y de los policías destinados a eso no está disponible. Jaime Arancibia, encargado de prensa de la Fiscalía Regional de la Araucanía, el organismo que pide la protección, dice que debido a que estas medidas tienen por función proteger a las víctimas se mantienen en reserva.
Para José Aylwin, hijo del ex presidente y director del Observatorio, las comunidades han sido castigadas en la democracia, porque la Concertación ha asumido una política represiva “instalada y promovida por la derecha”. La represión que viven es, según ellos, más fuerte que la que vivieron durante el régimen militar. Porque estamos hablando de violencia dentro de un período de gobiernos democráticos que asumen el discurso de los derechos humanos y que, sin embargo, siguen tratando a los mapuches como ciudadanos de segunda -dice Aylwin. Urban, en todo caso, no comparte la idea de la autodefensa de Luchsinger. Él ha optado por recurrir a la red política, y le ha ido bien.
En junio de 2002 apareció en el Senado con su hijo para echar abajo el proyecto de Alejandro Navarro que modificaba la Ley Antiterrorista que se estaba aplicando a muchos comuneros. En octubre, un grupo de diputados UDI encabezado por Gonzalo Arenas solicitó la destitución del fiscal regional Francisco Lujbetic por no avanzar en las investigaciones de los ‘atentados terroristas’ contra Urban. La movida falló, pero el mismo mes los RN Alberto Espina y José García Ruminot le consiguieron al agricultor una reunión con Felipe Harboe para explicar su caso. Tiempo después Lujbetic nombró a dos fiscales con dedicación preferente para investigar los atentados. Las movidas políticas de Urban coincidieron con uno de los años más violentos para Temucuicui: el 2006 hubo 11 hechos de violencia, casi uno por mes.
Urban tiene un video que según él prueba todas sus desgracias. Su hijo Héctor lo grabó hace tres años desde la ventana de uno de los galpones del fundo Montenegro. Él estaba trabajando y escuchó ruidos; se asomó y se encontró con unos encapuchados que estaban al otro lado del cerco. La imagen es borrosa. Aparecen ocho hombres corriendo de un lado a otro. A ratos se detienen a tocar un cacho y tirar piedras mientras gritan:
¡YA ES HORA QUE LOS MAPUCHES SE REBELEN, CONCHATUMADRE! ¡ANDATE DE AQUÍ GRINGO DE MIERDA! ¡TENEMOS UN GRUPO PARAMILITAR CONCHA TU MADRE! ¡TE VOY A BUSCARTE POR MAR Y TIERRA CULIADO! ¡VAMOS A MORIR LUCHANDO HUEÓN Y SI TENIMOS QUE MATARTE CULIADO LO VAMOS A HACER!
Héctor apunta con su dedo la pantalla. Dice que uno de los tipos lleva unas boleadoras. Urban dice que no entiende tanta maldad. Melania, la hija menor, pasea en brazos a su sobrino. Entonces, uno de los tipos del video grita: “¡TÚ CREES QUE EL MAPUCHE ES TONTO!”. Melania dice que ese es ‘Lucho, Bandido’ el tío de los Huenchullán. En eso el abogado Tenorio mete la cuchara: “Ahora viene la parte donde amenazan a las mujeres”. En la tele uno de los encapuchados se agarra las bolas al estilo Pato Yáñez y canta: “¡AH, ESTA ES PA TU SEÑORA, QUE MÁS RATO ME LA VOY A CULEAR!”. Melania dice que ese el músico punk, el artista del Omar Huenchullán.
Los Urban presentaron el video como prueba en una querella por amenazas y daños en contra de Omar, Rodrigo, Jaime y Jorge Huenchullán, además de Luis Cayul y Luis Alveal, quienes fueron condenados a 51 y 42 días de prisión mientras que el resto tiene orden de detención pendiente. De pronto, al abogado Tenorio le suena el celular. Tras una breve conversación Tenorio anuncia: Se entregó Jaime Huenchullán. Ese es uno de los peligrosos.
LA FAMILIA PELIGROSA
Ya es de noche y en la casa del “peligroso” Jaime Huenchullán su esposa Griselda Calhueque, habla en voz baja para no despertar a sus dos hijos. Su marido lleva 8 horas preso y ella está angustiada. Cree que si pasa mucho tiempo en la cárcel, se puede matar. Jaime ha estado preso dos veces antes. Participó en la huelga de hambre que hicieron los presos mapuches en Angol, en protesta por la aplicación de la Ley Antiterrorista (en abril del 2005). En esa época, Griselda estaba embarazada y Jaime trabajaba castrando toros. Cuando lo detuvieron ella a veces no tuvo qué comer.
Griselda llegó hasta octavo básico. A los 20 años partió a Santiago a trabajar de nana para mandarles plata a sus papás. Ganaba poco y el trato no era bueno. Tenía una patrona rubia que en las mañanas le decía: “ya te levantaste con la pluma parada, india”. Su otro gran problema fueron las jugueras y las aspiradoras. Nunca supo usarlas.
Decidió volverse y se casó con Jaime siguiendo las viejas costumbres. Él apareció un día en su casa de sorpresa con dos testigos y habló en mapudungun con su padre, le dijo que amaba a su hija y quería llevársela a cambio de una vaquilla. Griselda estaba feliz porque al fin armaría su familia. Una familia mapuche tradicionalista. Sus hijos se llaman Wanglen (Estrella) y Mankilef (Cóndor Veloz). El niño tiene el pelo largo igual que su papá porque representa la libertad del mapuche que no está sometido. Por eso, el día que lo tomaron preso Jaime le pidió a su abogado que hiciera los trámites para que no se lo cortaran. El juez aceptó.
Durante el año que su marido pasó clandestino Griselda Calhueque se levantaba todos los días a las 6 de la mañana para estar vestida por si venían los carabineros. En ese periodo su casa fue allanada once veces y en una oportunidad la pillaron en calzones. Estaba durmiendo con su esposo y sus hijos cuando le botaron la puerta a patadas.
Mi hermano se había quedado a dormir y los pacos lo sacaron porque pensaron que era Jaime. Pero Jaime estaba escondido al lado del refrigerador. Ahí dije “si me pongo pantalón, lo van a ver”, entonces, me quedé con una polera larga y mis calzones, cerca del refrigerador, para taparlo. Un paco me quiso agarrar y yo le grité “¡usted me quiere violar!”. Él me empujó y caí sentada en la cama, pero me paré al tiro y le grité que si quería matarme, que lo hiciera. Jaime estaba calladito y mis niñitos también, nunca le dijeron “papá”. Ellos sólo nos miraban. Esta vez a Jaime lo detuvieron por 4 acusaciones: por dos incendios y una amenaza sufridos por Urban; por la golpiza que recibió Jaime Andrade, ex director de la Conadi en julio 2006y por las amenazas que recibió una familia mapuche a la que Jaime habría acusado de delatores. Llevaba prófugo más de un año. El sábado 18 de agosto, cuando andaba buscando unos animales, carabineros lo atrapó. No opuso resistencia. Al cierre de esta edición cumplía dos meses en la cárcel. Jaime es el segundo de los 6 hermanos Huenchullán. Todos tienen cuarto medio, todos son técnicos agrícolas y todos han sido acusados por Urban de algún delito. Jorge, el mayor, fue acusado de quemar un camión de su vecino, pero fue absuelto cuando se acreditó que en esos días trabajaba como temporero en Graneros.
Rodrigo fue acusado de incendiar un galpón de Urban. Hoy está clandestino.
Urban siempre ha sido un prepotente que se dirige a los mapuches como perros y nos cataloga como delincuentes porque le hemos dicho en su cara lo equivocado que está. No soy un terrorista, soy un dirigente y el único delito que tengo es velar por la comunidad, pero que yo sepa ese no es un delito, es un derecho -dice Rodrigo. El menor de los hermanos, es Omar que tiene un grupo punk con un amigo. Primero se llamaron “Bota Rota” en alusión a las botas que usaban cuando chicos y que cortaban para que parecieran zapatos. Ahora se llaman “Malo Trato”. Le borraron las ‘s’ para que sonara feo, duro, igual como todo lo que les pasa.
Omar acaba de terminar una condena por amenazar de muerte a Héctor Urban, el hijo del agricultor. No estuvo preso, pero le tocó firmar todo un año. Ese fue un invento de él y como yo no tenía testigos me cagaron.
Los Huenchullán son junto a los Catrillanca, las familias que encabezan la pelea con Urban. Y lo han pagado. Omar, por ejemplo, tiene bajo la piel de su pierna izquierda varios balines de goma de carabineros. A Jorge Huenchullán -el mayor de los hermanos- le ha ido peor. Una vez lo tomaron preso y le pegaron con las culatas de los fusiles en la planta de los pies. Jorge lo denunció como torturas en la Fiscalía Militar. También acusó al hijo de Urban, Héctor, de haberle tirado su camioneta encima. La denuncia de Jorge es por homicidio frustrado y el caso se investiga.
Tengo 30 años y nací en esto. Toda mi familia ha peleado siempre. Incluso, participé con mis abuelos cuando era chico en la toma del Fundo Alaska. Como corría más rápido, mi función era esconderme en los árboles para ver si venía algún carabinero -dice Jorge-. Ahora soy dirigente y estamos en conversaciones adelantadas con una consultora que está manejando la tasación de la tierra para ver la posibilidad de compra, pero si eso ya no resulta, la única posibilidad que tenemos es ocupar el territorio, aunque nos cueste encarcelamiento y baleo.
Millaray, la hija de Jorge Huenchullán. Tiene sólo 6 años y ha vivido varios allanamientos y visto cómo toman preso a su padre. Les dice a los carabineros ‘pacos culiados’. A la mamá, Sandra Millalén, no le gusta nada para dónde van las cosas.
Yo le he dicho a Jorge que la corte, que se ponga a trabajar bien, que le va a llegar una bala. Pero el me contesta: ‘yo soy mapuche y tengo que pelear por mis derechos porque esto no se va acabar nunca y después mis hijos van a seguir’. Y la Millaray tiene la misma idea de su papá. Él le dice ‘hija, tú vai a ser guerrillera’ y ella le responde que sí. A veces encuentra unas tablas y las empieza a cortar con un serrucho porque dice que va a hacer sus propias armas.

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